Ya pasó agosto. Ya pasa septiembre. Y con él llegará el invierno. Porque aquí se pasa del verano al invierno directamente, no nos gustan las medias tintas. Pronto llegará ese día en el que sales de casa en pantalón corto y camiseta y a las 7 de la tarde huyes al hogar a pertrecharte de una sudadera (no piensas que sea necesario tomar la drástica medida del pantalón de chándal, mal hecho). Justo en ese día empiezan las ferias de Guadalajara.
Cojo del buzón el programa de fiestas y leo. Leo y río. Río por no llorar. Patrañas, charlotadas e idioteces se sucederán irremisiblemente por las tierras que un día hubo de cruzar el Alvar Fáñez. Ahí siguen mis toros de fuego, eso sí. Y este año se celebra un concurso de albañilería -buena idea-. Pero llego a la sección de conciertos y me descojono. Sin previo aviso, el auditorio de Guadalajara ha sido convertido en un vertedero pseudo-musical. Muy bien. Recojo mis huevos del suelo y pienso en el verano. Y al pensar en mi verano recuerdo las fiestas de otros pueblos y ciudades. Y poco a poco coloco mis huevos en su sitio.
Sí, amigos. Porque a los jebis siempre nos quedará un reducto festivalero, la verbena. Acontecimiento terriblemente geriátrico y chabacano, pero mítico. El jebi se recuerda a sí mismo cuando era un infante. Un simple mocoso de los de costras en las rodillas, calcamonías en los antebrazos y vaso de plástico en el puente de su motoretta GAC para que hiciera el sonido de una moto al rozar con los tacos de las ruedas. Y recuerda las verbenas. Una paloma blanca que yo tenía y cuando quería se me escapaba, y el único tema conocido de José Manuel Soto. También, siendo algo más mayor, a zapato veloz y su fugaz éxito, y el eterno chocolatero. Punto álgido de la noche en el que intentabas aprovechar para agarrar por la cintura a alguna muchachilla de físico prometedor.
Ahora el jebi no baila. La verbena se ha convertido en prolongación imaginaria de la barra del bar. Tampoco escucha. Pero a eso de las 4 de la mañana siempre se llega a los intocables. O a los tocables, no sé cómo decirlo. Los incunables de cualquier noche etílico-festiva. Y suenan Leño, Barricada, Los Suaves y, si la orquesta es de esas que cobran alrededor del kilo, hasta La Polla y Reincidentes. Y ahí disfrutas.
Pero a veces te sorprendes. Y unos tíos de Barakaldo, que tocan en la plaza de tu pueblo, atraen tu atención. El maneras de Vivir da paso a temas de Nu-Metal que te llevan hasta el cierre con los Maiden y Metallica. Y con George en una mano, y los colegas cogidos de la otra, te conviertes en su más ferviente admirador. Y te dejas la garganta con Enter Sandman. Y no paras de mover la cabeza con The Trooper. Y ves que todo el mundo que te rodea hace lo mismo. Entonces, en ese momento, coges papel y boli y te dispones a probar la teoría del pilas. Compruebas el nivel de alcohol en sangre y orina de los asistentes, testas su grado de sinceridad y anotas cuáles son los temas con los que más sudan su euforia.
Resultado: el pilas tiene razón. Todo el mundo, en su estado de personalidad más sincero y festivalero, es jebi.
P. Post: necesito información sobre un grupo (debe ser nuevo) llamado Tommy Hilfiger, ya que me llamó mucho la atención que todos y todas sus fans disfrutaran de míticos temas de rock moviendo desacompasadamente la cabeza y los pies como si ensayasen un aurresku. Gracias.
Posted by eljebi at 8 de Septiembre 2003 a las 01:00 PMdemasiados nombres que no conozco....ahhhh
bro, se acerca la fiesta del 27, la del edul...
Queremos seguir disfrutando de esas míticas orquestas que amenizan pueblos y aldeas de esta nuestra España.
Por eso, no robe más focos de luz de los escenarios para que puedan seguir actuando en futuras ocasiones, señor Urano.
Es que me encanta robar focos verdes, y también triangular con una botella para acabar estampándola contra vuestras puertas. Todo ello con mi vestimenta preferida, una hoja de col en la cabeza y un jersey plagado de lamparones (muy similares a los focos).
Y no lo olvides, cigacusica, si te tiran al pilón transversal, te escocotas...