Pasa el tiempo y los niños crecemos. Algunos estudiamos y abandonamos la facultad para convertirnos en becarios o trainees (que en publicidad les gusta ser algo pedantes). El texto que podréis leer a continuación fue escrito por el jebi un crítico día 26 de junio (excesivo trabajo y más de un exabrupto).
Gruñidos agrobecarios...
Sombreritos de paja, chalecos, confetis, patinetes, polichinela y tiroriroriroriroriro tiroriroriroriroriro tiro
Allá afuera la gente sonríe, los niños chillan o callan embelesados, estallan los aplausos. El señor de bigote y chaqueta roja salta corriendo a la pista, micrófono en ristre y dice: un aplauso para nuestros simpáticos amigos los monos malabaristas, y vuelven los aplausos. Los monos regresan a la pista, saludan, pero otros ya se quedan tras el telón.
Detrás de ese telón el señor de bigote y chaqueta roja es el señor calvo del látigo. Los monos siguen siendo los monos, y hay latigazos para todos. Los animales que unos segundos antes hacían muecas (odian la palabra cucamona) casi humanas al público buscando su risa, ahora recuerdan su verdadera condición y chillan como seres irracionales. Pero sólo lo hacen cuando el señor calvo del látigo ha desaparecido. En su presencia reciben cada uno de los golpes con total dignidad autoconvenciéndose de lo merecido de estos, aun cuando en ocasiones, ni el propio hombre calvo del látigo sabe a qué son debidos (puede que haya tenido un mal día). Ahora se lamen las heridas los unos a los otros, se despiojan y se dan palmaditas en la espalda. Hacen pedorretas con sus enormes bocotas al recordar la figura del supuesto maltratador.
Los monos que se quedaron tras el escenario lo presencian todo. Ellos también han recibido golpes, pero apenas chillaron, eso sí, fueron muchos menos. Asumen su parte de culpa cuando los golpes son merecidos, pero ellos no van rodando y dando volteretas hacia el señor calvo para que les siga pegando mientras ellos lamen su culo. Su actitud es distinta, y su papel, cuando salen a la pista, insignificante.
Acaban de unirse a la compañía. Ellos están encantados con formar parte del mayor espectáculo del mundo, siempre soñaron con ser uno más de la caravana. Ahora están dentro, y salen un rato a la pista, pero tienen prohibido recibir aplausos. Ellos los escuchan desde el otro lado, y sonríen orgullosos atribuyéndose cada uno su palmada particular. Son monos, pero son conscientes de que apenas merecen uno de esos miles de aplausos. Escuchan el suyo sabiendo que ninguno va dedicado a ellos, que ellos no gozan de protagonismo, y todas las alabanzas recaen sobre los mismos de siempre.
Los monos de detrás del telón son los últimos que salen cuando empieza cada función. Los que recibirán los aplausos salen todos en cabeza, cogidos de sus manos. El señor de bigote y chaqueta roja aparece con ellos. Es quien habla al público, el autor de la obra. En seguida se aposta en la zona más oscura de la pista y observa con tensa atención el desarrollo de la representación. Suda nervioso, sabe que se juega su prestigio, y ni siquiera sabe en qué consiste la obra de la que él acaba de proclamarse autor. Los monos malabaristas van ejecutando todos sus pasos, y los otros monos, a los lados, corren hacia la pista para recoger mazas, acercar los aros, llevarse unas cajas y dar una patada a una pelota. Ha sido todo un éxito. Todos se están despiojando y lamiéndose, aunque esta vez no hay ni heridas ni pedorretas. Los otros están a un lado, no participan del festejo. Una extraña sensación de amarga alegría hace erizarse cada uno de sus pelos. Hoy se atribuyen muchos aplausos, han visto muchos de los saltos y piruetas que ellos mismos inventaron y ejecutaron formar parte de la existosa coreografía. ¿Y el reconocimiento? Ya llegará mi hora, piensan los monos rascándose sus cabezas.
Ahí están los monos malabaristas. Está preparando su nuevo número. Hay prisas y agobios, la función se ha adelantado más de lo previsto. Se agarran de brazos y cintura para ir poco a poco creando nuevos giros. Los monos que salen en último lugar a la pista están recogiendo todos los bártulos que desperdician los artistas, friegan las babas que se les caen al hablar entre ellos y piensan que quizá alguno (y solo alguno, son sinceros y realistas) de los números ellos mismos podrían mejorarlos. No saben si comentarlo con los artistas o no, porque tampoco quieren verlos luego en la pista para mayor honra de los otros. A veces lo comentan, y los monos malabaristas se miran entre ellos, y como una camarilla de gansos, se ríen. Luego son los otros los que sonríen, cuando por casualidad llega a oídos del señor calvo sin látigo la opción que ellos mismos propusieron. Ésta me gusta. Todos asienten y dicen que no se la comentaron porque querían pulirla, y vuelven a lamer su culo y despiojarse, cerrando los ojos. Los últimos monos lo comentan entre ellos, y se dan su correspondiente palmadita en la espalda, pero no babean, todavía saben que no son ni serán otra cosa que monos. Y en estos momentos, los últimos.
Pero la función llega ya, y falta mucho tiempo de espectáculo por rellenar. Se acercan los artistas a esos otros monillos, les llaman por su nombre, y con una sonrisa en la boca les dicen que necesitan que den tres saltos mortales con tirabuzón hacia atrás. Y rapidito, que ellos necesitan luego su tiempo para practicarlo. Ja, ¿acaso el pobre mono creía que iba a aparecen en la función? Cabizbajo se va a su rincón e intenta hacer lo que le han pedido lo mejor posible. Se cae miles de veces, se golpea la cabeza y se entumecen sus articulaciones. Le gustaría pedir ayuda, que alguien le cogiera del brazo y la cintura para intentar hacer bien su salto como hacen los artistas, pero ellos no pueden, se están despiojando.
La función ha resultado ser de nuevo un éxito, aunque no hubo ningún triple salto, sólo piruetas. Ahora los monos artistas están descansando. Se estarán comiendo sus plátanos traidos expresamente de Canarias, con motitas, cubiertos de chocolate fundido, con cacahuetes y un poquito de Brandy. Si no les gustan, si tienen el más mínimo golpecillo, no hay problema, se llama a un mensajero. Pronto llegarán sus nuevos plátanos, y saltarán de alegría, como en el circo, pero por culpa del pan. Y eso es así. Este mundo del circo debe ser muy duro, todos lo dicen. Siempre encontrarás a monos virtousos y funambulistas, que se creerán el centro del mundo, que tienen todo a sus pies, intentando ignorar que simplemente son unos putos monos de circo. Los monillos que recogen el escenario, tampoco dejarán de ser unos simios, pero al menos su condición de currelas les hace mantener los pies en el suelo, aunque les encantaría despegarlos para dar un cuádruple salto mortal. Y es que es duro ser el último mono de este circo y ver cómo los grandes artistas cumplen la filosofía de Skalariak, dame pan pero me cago en el puto circo. Por eso digo, a todos los monillos, que no hay de qué preocuparse. Poco a poco se verá quién es quien realmente ama el circo, quién quiere ser un mono en todas las funciones, pero nada más que un mono. A los últimos monos. A los que estamos metidos en el circo, pero apenas pisamos la pista, y si lo hacemos es de puntillas. A todos los que nos tenemos que tragar la mierda de esos que se creen grandes simios. Esos mismos que de repente te piden que ejecutes una pieza magistral y te dejan solo en tu rincón para practicarla, recriminando tu torpeza y riéndose de tus golpes. Muy bien, ellos tienen su experiencia, pero nosotros las ganas, ellos están más arriba, pero caerán, porque creen estar en un pedestal o en la cima del mundo cuando en lo que están subidos es en un inestable monociclo. Todos los que améis el circo, seguid ahí, porque con ello llegará el pan y las mejores funciones, pero no olvidéis lo que estáis haciendo. No olvidéis que trabajáis bajo una sucia carpa, llena de animales y rodeados de mucha mierda. Que somos poco más que los bufones del siglo XXI.
Hay mucha gente por encima de nosotros que lo ha olvidado y están haciendo que algo suceda. Con su actitud y carácter prepotentes e insolidarios, con su forma de ser, intolerante, intransigente, pusilánimes aduladores, lameculos. Y siguiendo así los últimos monos no dejaremos de serlo, porque, de hecho, no seremos nunca los primeros en nada, sino que realmente seremos los últimos monos.
Dejad de joder mis sueños, mi circo, no sigáis dejando vuestro puto rasto mierdoso por la pista en la que yo triunfaré algún día
...Si es que ya lo dijo Charlton Heston (y Mark Wahlberg después de él)... los monos heredarán la tierra.
Lo que no dijeron es cuándo
Pero como bien dice repetidamente nuestro querido Leo... confía y espera tu momento
lo escribiste un dìa 26?
di que sí jebi, con determinación, está claro que llegarás y además no perderás tu rumbo! ánimo, campeón! ;)
Posted by: shiva on 14 de Julio 2003 a las 11:04 PMSal de tu enojo jebi, ahí va mi comentario; la verdad nunca había leido nada tuyo y me has impresionado, no sólo en la forma sino en el fondo. Tu metafóra es tan real y se adapta también a la situación en la que vivimos que me han entrado ganas de llorar, pero como el resto de los monillos esperaré mi turno tras el telón y cuando llegue mi momento me reiré del mundo.
Besos para todos.