14 de Enero 2004

YO LO COLOCO Y USTED LO QUITA-.

Todos los días recorría las mismas calles. Desandaba todo lo andado para de nuevo volver a caminarlo. Y por ello le llamaban loco.
Podía vérsele cada medio día haciendo cola en la puerta de la panadería. Arropado por el calor de las gentes, embriagado por los aromas del pan recién hecho y la gente recién encontrada. Esperaba paciente su turno, y cuando éste llegaba, dejaba que fuera pasando todo el mundo que le seguía en la fila. Todos le agradecían gentilmente el gesto, y le tachaban de loco.
El almuerzo lo hacía siempre paseando por el parque. Comía el bollo que había comprado en la panadería y sonreía a todos los paseantes con los que se encontraba. Bien podía estar diluviando o cayendo el sol de la forma más implacable, él siempre saludaba con un alegre “buenos días”, que siempre era respondido, seguido de un furtivo “está loco”.
La tarde la pasaba encerrado en un ascensor del centro comercial. Cada día uno. Y allí soñaba despierto con ser un atento ascensorista. “Buenas tardes damas y caballeros” era su frase de bienvenida, punto de partida para iniciar fugaces conversaciones. “Primera planta, todo en lencería y complementos. Cómo está usted señora? Todo correcto? Segunda planta, moda bebé y juguetes”. Los potenciales compradores abandonaban el habitáculo con la lista de la compra en la mano. No estaba escrito, pero lo primero que venía a su mente era el recuerdo del ascensorista loco.
Y caminaba en la noche con la lentitud propia del que no tiene destino al que arribar ni hora estimada de llegada. Pensando en cada uno de sus pasos. Ejecutándolos maquinalmente. El viento a veces acelera su marcha, pero nunca sus ganas de llegar a casa. Cuando lo hace, saca las llaves siempre ocultas en el bolsillo derecho de su gabán y gira hacia la derecha el bombín de la cerradura. Siempre maldice al pisar el felpudo. Refunfuña y odia por unos segundos al portero, que tiene la absurda manía de dar la vuelta a esa triste alfombrilla. La casa está siempre oscura. Una fría sensación de vacío es la única inquilina. Y con ella, entre lágrimas y lamentos, comparte sus miserables noches y solitarias latas de conservas…


A las 7 de la mañana el portero siempre friega el rellano de su piso. Pasa el repugnante mocho golpeando todas las puertas y se para frente a la de él. Sonríe irónico cada vez que ve el felpudo. En él puede leerse un borroso “bienvenido”, pero sólo si se mira desde dentro de la casa hacia la calle. El portero se queja al agacharse y gira de un lado a otro su cabeza mientras pone el felpudo en la posición que él cree correcta. Desciende por la escalera y entre toses susurra “maldito loco”.

Posted by eljebi at 14 de Enero 2004 a las 01:44 AM
Comments

Si yo lo coloco y usted lo quita esto va a parecer un puto manicomio. Y recuerda lo que desde uno de ellos nos contaba el desaparecido Arturo...

Posted by: el jacin on 15 de Enero 2004 a las 02:08 AM

Que triste resulta lo poco que sonríe la gente, con lo fácil que es. Y que bonita manera de darse la bienvenida al salir al mundo.

Posted by: rita on 15 de Enero 2004 a las 06:14 PM
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