Ya está bien de descansar. Decide levantarse y reanudar su errante -cada paso era un nuevo error- marcha.
Atrás queda la sombra del desnudo árbol que le había dado cobijo. De frente, un muro de enormes sillares. A la derecha, ladrillo rojo. A la izquierda, un angosto y breve pasillo. Por él avanza. En tres o cuatro pasos llega a su final. Ahí se abre un nuevo pasillo hacia la derecha. Decide tomarlo, pues las rejas que han salido a su paso están cubiertas de espinosos adornos florales. El piso en ese nuevo pasillo es de asfalto, mas enseguida se torna en sucias y revueltas aguas. A su siniestra hay una, más siniestra todavía, puerta. No hay aldaba ni cerrojo. Un débil empujón es su única llave. Las paredes del nuevo pasillo están cubiertas de un aroma húmedo y mohoso. Una gruesa capa de musgos cubre cada una de las irregulares piedras que se elevan a sus costados. Poco a poco se va ensanchando, al mismo ritmo en el que se agudiza el ángulo de la curva que traza. A la izquierda. Ahora muy pronunciada. Pero al final se adivina la luz. Desde allí puede oler el aire que puede respirarse. Avanza rápido, casi corre, buscando ese espacio abierto. Y al alcanzarlo cae desplomado. No por el impacto de la luz. Ni tampoco por el súbito bofetón de aire fresco. La sombra proyectada por un desnudo árbol había sido suficiente para noquearle.
Junto al árbol la arena está removida. Y bajo su copa él vuelve a cobijarse. Maldice e increpa a su particular Dédalo. Llora su pena, condena su encierro. El sol ya pega de lleno en su curtida nuca, mas no levanta indicio de ningún hilo dorado. Él no ha tenido Ariadna, luego es el minotauro. Se deleita en espera de los jóvenes que han de llegar en breve adonde él se encuentra para su mayor honra. Y pasa el tiempo. Y ahora piensa en por qué se llama dedal al dedal. Si será porque nos protege el dedo de la aguja, o porque el hilo fue quien destruyó el mito del laberinto de Dédalo. Y entunces descubre la clásica cultura que envuelve al enmarañado mundo de la costura. Y entrada ya la noche, en pleno delirio, alza sus brazos al cielo en señal de victoria. Ríe de todos aquellos que han sucumbido en la empresa que él concluyó con toda celeridad. Pues en ese laberinto no hay puerta de salida, todas son entradas. Y la meta está en el centro, justo bajo aquel desnudo árbol. Y él ahora en su mente es proclamado campeón del mundo y recordman mundial de la disciplina. Disfruta de su victoria y agradece los aplausos. Cierra sus puños y levanta los dedos índice y corazón en pleno arrebato. Su otro corazón, el de dentro del pecho, llora. Le aterra la idea de que el segundo y tercer premio queden desiertos...
Que te mato...
Posted by: teseo on 15 de Diciembre 2003 a las 11:58 PM