Era ya tarde cuando se reunieron los siete y pronto cuando se juntaron.
Buses, metros, compras y más buses eran sólo un absurdo pero necesario preámbulo.
El prólogo a este relato corrió a cargo de la iniciadora del nuevo proyecto. Asumió la responsabilidad y, cómo no en una ocasión como lo era ésta, el protagonismo. Ella se encargó de reunir las deshilachadas historias que íbamos escribiendo los siete y las unió por unas horas. Todas nuestras historias fluían hacia canillejas, y ya se iban uniendo poco a poco aumentando el caudal considerablemente llegando a anegar la N-II. Al final desembocaron en un lugar donde ya lo habían hecho otras veces. Pero era distinto. El mismo lugar, pero distinto momento. Y distintas historias. Allá bajaban. Unos con aguas algo revueltas, otros con aguas mucho más quedas, algunos con agua ligeramente salada, pero todas cristalinas. Porque cristalinas son las lágrimas que derraman nuestros corazones cada vez que nos unimos. Agua pura, destilada. Agua que podríamos haber usado para llenar el circuito de refrigeración del "malaguita" que nos llevaría más tarde contracorriente. Porque una vez que nos nutrimos los unos de los otros desbordamos cualquier cauce y creamos uno nuevo. Nunca fuera de control. Siempre siguiendo la senda que nos marca esa estrella que nos vio nacer en aquel verdosamente grisáceo escenario.
Y entonces cogemos todos a la vez la pluma y empezamos a dibujar trazos sobre el presente. Todo improvisado. Nada premeditado. No es escritura automática, no es dadaísmo. Es sólo el reflejo sobre un sucio papel de un estado de ánimo. Y la negra señora sigue esperando escondida tras la última hoja. Pero desorientada. Sabe dónde terminan nuestros caminos, pero ignora porqué nos rebelamos y nos empeñamos en intentar caminar subiendo las cuesta más empinadas. Lo hacemos para estar de nuevo juntos. Lo hacemos cuando nos juntamos. Lo hacemos porque no tenemos ninguna prisa por escribir el final.
Y todos allí reunidos jugamos a ser Peter Pan. Y no queremos crecer. Queremos seguir siendo como somos. Lo que somos. Y todo el paraje se pinta de gris facultad. Y toda la comida sabe a la tortilla francesa con ketchup de makelele. Y nuestras vidas se vuelven cálidas, tranquilas. En nuestro hueco estamos cómodos. Allí nos sentimos seguros. Pero el tiempo no da tregua. Sigue caminando impasible. Y hace que todo aquello se diluya. Que el lecho donde conversábamos remansados se vaya secando. Y que cada historia retorne a su cauce, o tome otro nuevo. Pero nunca tomamos todos el mismo, ni tan siquiera uno paralelo. No importa. El tiempo es ignorante. Sólo sabe hacer una cosa. Avanzar. Y cuando no estamos junto siempre corre en nuestro favor, y hace que el día que nos volvamos a juntar esté cada vez más próximo.
Ahora me veo solo. En mi habitación. 24 horas después de aquella afluencia vital. Escucho Thyrfing muy bajito para no molestar al señor Jacin e intento decir de la manera menos cursi posible lo mucho que quiero a mis amigos.
P.P.: la reunión de ayer ha despertado esta especie sensibilidad literaria en el jebi, pero sabéis que muchos de los que allí no estuvisteis sois también mis afluentes, y yo el vuestro. Y yo intento escribir mi historia sobre una pared rascando con una cucharilla, y llegáis todos vosotros siempre con un taco de folios y un boli bic negro de esos que a mí me gustan... y así da gusto. Pero sigo rascando ahora con la cucharilla; quizá con ello consiga hacer un hueco lo suficientemente hondo para que quepamos todos.
Miro por la ventana y veo nuestra estrella, que es todas.
Escribirlo es bueno, a mi se me pasó y ahora es sólo nostalgia. Todavía quedan buen@s amig@s, pero "esos distintos" de horas de calle y aula, ya no.
Posted by: rita on 10 de Octubre 2003 a las 01:41 AMJebi. Gracias por aquella noche de Atocha, la del tren digo, el 22 de Dic de 2001. Ahì nos unimos. Recuerdas...
;)
tu bro de blood
un poco mariposoòn ese comment? es que...
Posted by: questionón on 12 de Octubre 2003 a las 01:32 AM