No estoy seguro de si eso es un zapato o una suerte del toreo, pero creo que es lo que ha hecho hace un ratito el capote ante mis ojos.
Muy bien ejecutado, muy plástico. Lo he seguido, giro tras giro, con el ceño fruncido. Resoplando. Hasta que me he visto frente al picador. Se han cruzado nuestras miradas y he abierto la puerta de su despacho. Puyazo. La verdad es que me ha despachado una buena ración con su garrocha, pero, aprovechando que su caballo no era más alto que un sillón de cuero, le he comunicado. No le he hablado, éso ya lo había hecho antes. Ha soltado la martirizante varilla y me ha escuchado. Un diálogo breve, intenso, esclarecedor. Conclusión: todavía no soy ni un novillo, y quieren que me meta miles de hostias para llegar a ser, algún día, un toro de lidia (bragao, meano, cornigacho o lo que sea). He girado mi cabeza y he vuelto a los toriles. Ahora creo ver algo de luz, y ya no resbala sangre por mi espalda, ya no siento esa presión en la cabeza. No sé si será porque es viernes, porque me han matado algún nervio, o es la típica mejoría antes del día fatal... lo cierto es que igual me quedan 6 días para ir al matadero.
deliciosa descripciòn...espero verte este finde para que me cuentes, sin paràbolas suè sucede en ese mundo tan duro de la publicidad, que como sabes, conozco.
Vaya...
leo.